Hubo un tiempo en que vivían dos hermanas: una, rica y sin hijos; la otra, viuda con cinco hijos, y tan pobre, que no tenía pan para dar de comer a sus pequeños. Agobiada por la necesidad, fue a casa de su hermana y le dijo:

– Mis hijos padecen hambre; tú, que eres rica, puedes darme un poco de pan.

– No tengo pan en casa – y la despidió con malos modos

Unas horas después llegó a casa el marido de la mujer rica y se dispuso a cortarse una rebanada de pan; y al clavar el cuchillo en la hogaza, empezó a manar de ella sangre roja. Al verlo su esposa, asustóse y le explicó lo ocurrido. Corrió el hombre a casa de la pobre, dispuesto a auxiliarla, y, al entrar en la habitación, la encontró orando con los dos hijos menores en brazos; los tres mayores, yacían muertos en la cama. El hombre le ofreció comida, pero ella contestó:

– Ya no pedimos alimentos terrenales. A tres de nosotros, Dios los ha saciado ya, y escuchará también las súplicas de los que quedamos.

Apenas hubo pronunciado estas palabras, los dos pequeños exhalaron el último suspiro, y la madre, estallándole el corazón, cayó también muerta junto a ellos.