Mi criado me presentó una tarjeta que decía:

TEOPOMPO FILOTEO DE BELEM

y debajo, en letras más pequeñas:

POETA ESOTÉRICO ULTRATELÚRICO

y más abajo, en letras más pequeñas todavía:

Ecce-Homo, 13, guardilla.

—Que pase, que pase—grité—ese Ecce-Homo de Belem ultratelúrico.

Y á los pocos minutos se presentó un hombre que ni pintado para representar el presidente graciosísimo de Su Excelencia, de Vital Aza.

Tenía un aire de familia con todos esos trovadores errantes que andan por ahí cantando la Marsellesa y enseñando los codos. Era la imagen del romanticismo, como le vestiría su enemigo el clasicismo, de buena gana. Usaba melena, la noble, la irreemplazable melena, con símplica audacia. Por toga pretexta llevaba el conocido gabán de verano, largo, gris, raído, como tenía que ser. Por caridad y buen gusto no quise mirarle las botas.

Supongo que traería pantalones, pero no conservo conciencia de su color ni corte.

De todas maneras, á las pocas palabras, aquel hombre pálido (no faltaba más) me había hecho olvidarme de todo lo material, de todo lo sensible. Había sonreído, había hecho reverencias, se había santiguado dos veces de prisa, había pasado la mano por el lomo, con cariño, á un gato de porcelana que tengo junto á mi mesa de escribir y me había hablado, sin dejarme meter baza, de Budha, de Lao-Tseu, del etíope que Renán nos describe, creo que en San Pablo, y que va meditando el Evangelio á su manera; de Verlaine, de Caran d’Ache, de San Agustín, del gallo de Sócrates y del gallo de San Pedro…

Cuando yo iba á decirle que me mareaba, ya no estaba allí el buen hombre; pero quedaba su espíritu en forma de cuaderno verde, de unas cien hojas, doradas por el canto. Abrí y leí en la primera página: Estambres y Pistilos. La letra era clara, las tes muy grandes. Dí vuelta á la hoja y leí:

DEDICATORIA

Aunque usté no lo crea,

señor obispo,

aunque parezco hereje

me quiere Cristo.

Otra hoja, y leo:

PISTILOS

Soy la ameba redonda, la femenina,

la de fe y esperanzas y gelatina.

En una nota dice: Advierto al lector idiota é indocto que no debe reirse de lo que no entienda.

Otra hoja:

ESTAMBRES

Aunque sé que estoy loco rematado,

porque tal como fué todo lo cuento,

hasta el mismo doctor me halla curado

las veces que no digo lo que siento.

PISTILOS

Cuando tengo en un sueño una esperanza,

se la agradezco á Dios sin hipoteca;

que es el poeta la gallina clueca

que no quiere empollar á Sancho Panza.

Otra hoja:

ESTAMBRES

Hay siempre una impostura en hablar claro;

no se puede ser claro sin mentira…

ve oscuro y algo raro;

divaga, ama y delira…

PISTILOS

Por santa castidad, el pensamiento

no debe bautizar sus invenciones:

son bastardas, después del nacimiento,

llevando un apellido, las nociones.

Otra hoja:

ESTAMBRES

Era en lo oscuro: sobre mi pecho

sentí una mano;

en las tristezas del pobre lecho

me visitaba Dios Soberano.

Era la mano de luz; caricia

de lo Infinito, callado premio,

misterio—madre.—

Lloro en espíritu por la delicia

que al miserable dulce bohemio

le otorga el Padre.

Y desde entonces, siempre en lo oscuro,

siento la mano sobre mi pecho;

mas su contacto va siendo duro,

peso terrible me hunde en el lecho.

Pero la mano, que ya es de plomo,

entre dolores, sin saber cómo,

siempre acaricia. La pasión fuerte

que tanto oprime, siempre es delicia.

¡Ya en torno mío nombran la muerte

los cuchicheos de la estulticia…

mientras me arranca del cuerpo inerte

mano con alas de la Justicia!

Otra hoja:

PISTILOS

Me paso toda la noche

contando miles de estrellas,

y si está el cielo nublado

me pongo á cantar la cuenta.

Así hace el hombre en la vida,

si ama á Dios y en Dios espera;

goza la dicha que pasa…

y pasada… cantando la recuerda.

 

ESTAMBRES

Ha de ser en el cielo una sorpresa

de los santos sin fin inocentones,

ver llegar á montones

una y otra remesa

de ateos, sin saberlo, santurrones.

PISTILOS

Cuando en el fondo del abismo frío

deja de ver á Dios el pensamiento,

al ir á maldecirme por impío,

la caridad, en un escalofrío,

con el perdón, me vuelve el sentimiento

de que un ángel sonríe al lado mío.

CAMPOAMOR

PISTILOS

Escribe versos en la ceniza;

saca del polvo, de los gusanos,

y de la nada, que se desliza,

viento sin aire, por bosques vanos

de tallos huecos, veta cañiza,

saca la idea de sus cantares;

médula amarga de tristes huesos;

sin corazones, suspiros; besos

sin labios; saca los cañizares

del esqueleto; la catadura

de desnudeces de sepultura;

saca del fondo de noble rima

sarcasmos místicos que causan grima…

Pasión perenne firma en la arena

cuando á las dunas va la mar llena,

y con los rayos tenues de luna

rubrica pactos de la fortuna;

ve del cerebro las telarañas

y le enternecen las musarañas

que ve la lógica de lo Infinito

en palimpsestos de lo no escrito…

NÚÑEZ DE ARCE

ESTAMBRES

Como Dios sacó el mundo de la nada,

de allí saca también la poesía…

Escribe con perfecta simetría;

y así, tiene por plectro… la plomada.

Todo á la ley de gravedad lo fía.

Cansado de leer disparates, incoherencias, tal vez congruentes en el fondo de un cerebro enfermo, arrojé el cuaderno con tedio… y no volví á pensar en el poeta loco… hasta que en persona se me presentó al día siguiente:

—Vengo á recoger mis Pistilos…—me dijo, sonriendo con lástima.

—Ahí los tiene; verá usted que no se los he separado de los estambres.

Don Teopompo recogió el cuaderno, le dió un beso, hizo sobre él la señal de la cruz, y se lo metió debajo del brazo.

Y sin más, sin hablar palabra, sin preguntarme nada, hizo una reverencia y dió media vuelta.

No pude contenerme. El orgullo de aquel imbécil me sublevó; irritó mi amor propio.

—Pero hombre—exclamé—¿no venía usted á conocer mi opinión? ¿Á que le dijera?…

—¡Oh! Nada de eso. Enseño mis versos á todos los literatos vulgares que quieren recibirme. Es una oferta. Me he impuesto esa penitencia y la voy cumpliendo por el mundo adelante. Unos se burlan de mí, otros hasta me insultan; otros, los más tolerantes callan… y yo sigo. Hay que matar el hombre viejo, el de la vanidad, el del buen éxito, el del aplauso, el que quiere ser admirado sin ser comprendido.

—Pero aunque no sea por vanidad, sino por amor á sus ideas, usted querrá hacer propaganda, fundar escuela…

—¡Ah, señor! La escuela está fundada. Es la escuela del flato. Esta poesía, con la debilidad cerebral que revela, es hija del hambre…

—De modo que usted… por dinero… ¡por mucho dinero! ¿Tal vez renunciara á la escuela, á esa poesía?…

—¡Oh, tanto dinero podía ser!

—¿Á qué llama usted mucho?

—Eso depende del momento… histórico.

—En el actual momento…

—Bastante dinero son cinco duros.

La herida fué leve; libré al arte de una escuela contagiosa, y aún hoy, por mi conciencia de crítico, ostento con orgullo la cicatriz de las 25 pesetas.