¡Pero estos señores de Casabierta no tienen vida privada!

Así se explica lo que le sucedió con ellos á don Eufrasio Paleólogo, presidente del Casino de Villapidiendo, gran lector de periódicos y elector nato del señor de Casabierta, candidato nato también á la Diputación de Villapidiendo.

Pues señor, vino á Madrid Paleólogo á unos asuntos del común, ó del procomún, como él cree que se dice; y claro, en seguida, es decir, en cuanto se dejó dar lustre á las botas en la Puerta del Sol, junto al Imperial, se dirigió á casa del señor de Casabierta.

¡Entró!—El señor no está… Ya, ya lo sé; pero de seguro está la señora.—Caballero, ¿usted qué sabe?—Hombre, sepa usted que trata con una persona ilustrada que lee los periódicos y tiene coleccionados en un tomo los artículos de Almaviva… La señora se levanta á las nueve; hace su toilette—usted no sabe lo que es eso—hasta las diez; toma un piscolabis, que consiste en una copa de jerez seco, y versos de Grilo, mojados en el jerez. Á las once recibe en el salón verde, que tiene una consola Pompadour, una chimenea de la Regencia… de Espartero y muchos platos allá cerca del techo. Como si lo viera, hombre, como si lo viera. Ea, déjeme usted pasar.—Por aquí, caballero, por aquí.—No, señor, voy bien; los íntimos entran por aquí: á mí me recibirá en su boudoir chocolate claro, color serio, propio de señora leída al par que dettachée de las vanidades del mundo. ¿Usted qué se figura, hombre de Dios, que en Villapidiendo no sabemos francés españolizado y entrar en el boudoir por donde entran les intimes, y en francés como ellos?

En efecto, Paleólogo, que fué carlista y estuvo emigrado, sabe su poquito de francés, y lo que no, lo aprende en Almaviva, Ladevese, Blasco, Asmodeo y otros escritores del Instituto. Es un alcalde á la moderna, con la facha de Luján alcalde; pero tan fino como Sardoal cuando era del Ayuntamiento.

En fin, ó finalmente, como decían los italianos en la Comedia, Paleólogo ya está sentado frente á la señora de Casabierta.—Casabierta no está en casa. Ha ido…—Sí, supongo que habrá ido á afeitarse; es la hora precisamente.—Sí, señor; antes venía el barbero á casa…—Sí, ya sé; pero desde que le cortó aquel poquito de oreja de que hablaron los periódicos… ¡pícaros barberos!, ya no hay clases… ¡y qué versos tan hermosos los que hizo su oreja de usted, digo, no, su hija de usted, la rubia, la Pilarita, al cacho de oreja de su papá difunto, el cacho se entiende.—¿Usted los conoce?—Toma, y los sé de memoria… ¡si los publicaron cinco periódicos! Y diga usted ¿qué es de él?—Creo que está en Córdoba.—¿El cacho de oreja?—No, señor, Grilo; creí que hablaba usted de Grilo, que fué el que improvisó los versos de la niña.—Bien, lo mismo me da; ¿y qué es de Grilo?—Pues ayer comió aquí.—Pero ¿no dice usted que está en Córdoba?—Bien, pero eso no quita.—¿No quita? (¡Y este Almaviva que no explica estas cosas!) ¿Y el ojo de gallo de usted, señora?—Tan robusto.—Hace días que no hablan de él las crónicas de salones.—¡Es un ojo de gallo muy modesto!—Es moda ser modesto, pero decirlo, porque si no como si no se fuera. ¿Y qué tal les han sentado á ustedes las anguilas del lago Tiberiades del miércoles?—¡Cómo! ¿Usted sabe que comimos anguilas el miércoles?—Sí, señora, por los periódicos. Las anguilas no tienen vida privada. Á propósito, señora, ¿es verdad que la viudita de Truchón ha tenido un tropiezo?—No, señor; ha tenido un hijo, pero nadie lo sabe.—Dispense usted, señora, yo lo sabía; pero creí que se trataba ya de otro, es decir, de otro lance. Ése que usted dice le refirieron los periódicos de la manera más discreta. En Villapidiendo nadie cayó en la cuenta más que yo, y por eso no comprendieron aquel sueltecito que decía: “La señora viuda de Truchón ha tenido que guardar cama. Celebraremos que la interesante viuda se restablezca pronto”. Dicen que demostró gran valor durante la crisis de la enfermedad, ó como dijo el clásico:

“En aquel duro trance de Lucina…”

por eso sé yo que parió sin novedad, porque conozco la Mitología y conozco á la viuda.—¿Usted la ha tratado?—Á la Mitología no, ni á la viuda tampoco. Pero leo; algo se sabe, y he visto tantas crónicas con alusiones transparentes á sus transparentes gracias y costumbres… que algo se ha transparentado.

(Pausa.) ¡Oh, señora, feliz la honrada madre de familia que puede dar á luz, á la prensa, como quien dice, todos los hijos que quiere! ¡Todas las hojas literarias de los periódicos estaban consagradas el lunes al rorro de usted. ¿Cómo está, cómo está el muñeco?—¡Hermosísimo!—¿Y es cierto que tiene esa inteligencia que dice el revistero Begonia?—Pues ya lo creo, y más.—Qué saladísimo estaba Ricardo Flores, el que firma Cardoenflor (por imitar á Fernanflor, que no me gusta porque habla poco de salones), qué gracioso estaba Ricardito contando las travesuras de su bebé de usted durante la ceremonia del bautizo.—Está gracioso, pero calumnia al muchacho.—Sí, dice que antes que le hicieran cristiano tenía en la iglesia cara de aburrido como un perro ó como un librepensador.—El revistero no sabe que los niños no entran en la iglesia hasta que les echan los demonios fuera del cuerpo.—Pero lo mejor son los versos de Cigarra, el chiquitín junto á la pila bautismal. Los sé de memoria:

«En la pila bautismal

todo el Jordán se refleja,

te moja el cura la oreja

y ya estás libre del mal.

El acto sacramental

mata en tu pecho el pecado

y se abre regenerado,

como rosa alejandrina,

tu ser á la fe divina,

pues de pila te ha sacado

el ministro de Marina,

en el acto acompañado

de más augusta madrina.»

—¡Hermosa décima! ¿Verdad usted?—Décima precisamente, no, señora.—Bien, ya lo sé, es la docena del fraile, un nuevo género de décimas de trece versos, que ha inventado Cigarra, para que cupiesen el ministro de Marina y la madrina más augusta. Ya ve usted, por verso más ó menos no habíamos de ser unos mal criados.—No cabe duda; y más vale que sobre que no que falte.—Á propósito de versos, señor de Paleólogo. Me va usted á sacar de un apuro. Aquí en casa vamos á representar una comedia, pero nos falta un personaje. ¿Sería usted tan amable?…—Señora, yo no soy personaje más que en Villapidiendo…—No importa, ¿quiere usted crear el papel de Cocupassepartout?—Señora; mucho crear es, pero si no hay otro Cocu… yo lo haré, como se hacen esas cosas en Villapidiendo.—¡Oh, gracias, gracias!—Por supuesto, ¿usted sabe francés?… Condición indispensable.—Pero qué, ¿vamos á representar en francés?—No, señor, en castellano, es una traducción de Fois Grass, el corresponsal del Bombo en París… y ya ve usted, hace falta dominar el francés… para pronunciar correctamente los galicismos.—¿Y cómo se llama la comedia?—Espere usted… se llama…—¡Ah! ya sé, lo he leído ayer en los periódicos, se llama: Á qué sueñan las jóvenes hijas, es un fusilamiento de Musset. Pues cuente usted conmigo. Por supuesto, ¿hablarán los periódicos de los ensayos?—Ya lo creo, hombre; hablarán por encima del mercado…

Paleólogo se despidió. Eran las once y quince. Sabía por los periódicos que era la hora de inspeccionar la lactancia de Bebé.

Si el lector quiere, volveremos á visitar á los señores de Casabierta con el presidente del Casino de Villapidiendo, y acaso veamos la comedia de Fois-Gras…, si se logra.