UN PIRATA DE NACIMIENTO

Perico Pollastre era indudablemente un avechucho hermoso: gusto daba mirarlo. Para la edad que tenía, era mucho más alto que la mayor parte de los polluelos. Había salido del cascarón de un huevo de dos yemas, razón por la cual no era, evidentemente, un pollo como otro cualquiera. Estaba muy orgulloso de su nacimiento, y nunca dejaba de contárselo a todo el que se le ponía por delante; pero si se reparaba bien, se caía en la cuenta de que su opinión acerca de sí mismo era mucho más lisonjera que la de los demás. Se decía (y el que lo decía era Perico Pollastre) que el huevo de cuyo cascarón había salido se encontró en la cueva de unos piratas, en un lugar solitario, a orillas del mar. Por eso afirmaba Pollastre que él era pirata de nacimiento.

Pasó su primera pollez en una alquería. No será necesario indicar que allí no le tenían mucha ley. Era un pendenciero terrible y le gustaba meter mucho miedo a los pollitos. Conforme crecía, iba haciéndose cada vez más vanidoso, y cada vez más camorrista.

Al cabo del tiempo, los polluelos acordaron entre si que era necesario librarse de Perico. No podían seguir soportando sus bravatas. Así, pues, uniéndose todos, atacaron a Pollastre y consiguieron echarlo de la alquería. Perico Pollastre, que era en realidad un cobardón, salió a todo correr para salvar su vida y llegó por fin a un sitio desolado, a orillas del mar. Como ya había perdido de vista a sus enemigos, volvió a cobrar ánimos y se puso a cacarear terribles amenazas contra toda la pollería.

EN MANOS DE LOS PIRATAS

Sin que Perico Pollastre se diese cuenta, sus amenazas fueron sorprendidas.

—¡Arriba esas alas! —dijo una voz ronca.— ¿Qué quieren decir esos gritos furiosos?

Se volvió Perico, o, por mejor decir, dio un salto. Se había imaginado por un momento que los polluelos le habían seguido hasta aquel lugar solitario, y a punto estaba otra vez de tomar las de Villadiego. Pero cuando vio a los tremebundos rufianes que le apuntaban con sus pistolas, tuvo tal espanto que ni aun moverse pudo. Pollastre había caído entre las manos de unos piratas, que no eran otros que Conejo Negro y Ramón Ratón.

—¿Qué hace usted aquí? —dijo Conejo Negro.

Perico, al ver que hubiera sido inútil luchar y como además no tenía valor para ello, decidió contarles su historia. No sintió necesidad de que supiesen lo cobarde que era, ni cómo le habían echado de la alquería, sino que empezó a referirles la historia a su modo.

—Como soy pirata de nacimiento (y aquí, según costumbre suya, relató Perico cómo y de qué manera había roto su cascarón, que encontraron en la cueva de unos piratas, en un lugar solitario, a orillas del mar) tomé la determinación de hacer, en mis correrías, invasión en una Granja de Pollos, y así lo hice, yo solito. Yo iba buscando trigo. Después de larga y terrible pelea, fui vencido, porque ellos eran más —ciento contra uno— y tuve que retirarme, no sin haber castigado severamente a muchos de mis enemigos que tenían carne de gallina.

Como soy pirata de nacimiento me dirigí hacia el mar y aquí estoy.

PERICO SE HACE PIRATA

—¡Vaya un tío!—dijeron los dos rufianes.

—¡Todo un pirata de nacimiento! Deja que te hagamos nuestra presentación, dijo Conejo Negro; mi amigo, Ramón Ratón, un tío de mucho cuidado; y yo, Conejo Negro, otro tío de mucho cuidado. Los dos somos piratas, y sin duda habrás oído referir nuestras descabelladas empresas. Quieres juntarte con nosotros?

—Ya lo creo —saltó Perico, lleno de gozo ante la buena fortuna de haber ido a caer entre individuos de tal clase. —Una falta tengo añadió, pensando que le convenía mostrar franqueza con semejantes bandidos—; una falta tengo, y es cierta debilidad por el trigo.

—Eso no es nada—dijo Ramón Ratón. —También yo tengo cierta debilidad por el queso.

—Y yo debilidad por las empresas descabelladas —murmuró Conejo Negro, mofándose, con aires de superioridad, del queso y del trigo.

Desde el primer momento Perico había notado que Conejo Negro no tenía más que una oreja, y después de muchas vueltas se atrevió a preguntarle cómo había perdido la otra.

—En empresas descabelladas— murmuró Conejo Negro, mirando con tal altanería a Perico, que éste se quedó helado de temor por unos instantes.

Se dirigió entonces a la cueva de los piratas, en donde se dieron tal festín. que a Pollastre se le olvidó el susto y empezó a tener la sensación de que por fin había llegado a ser pirata de veras.

EMPRESAS DESCABELLADAS

Iba haciéndose de noche y el cielo presentaba señales de borrasca.

—Bonita noche para alguna empresa descabellada —dijo Conejo Negro cargando sus pistolas.

—¡Vaya que si —afirmaron los otros dos.

Terminado el festín, pusieron a discusión sus planes nocturnos y encendieron una hoguera delante de la cueva.

—¿Para qué la encendéis fuera? —preguntó Perico.

—¡Barcos! —murmuró en tono áspero Conejo Negro.

—¡Barcos! —murmuró asimismo Ramón Ratón, mientras sacaba arrastrando su espadón formidable, en previsión de empresas descabelladas.

En aquel momento estalló la tormenta. Conejo Negro, sin cuidarse de la lluvia, inspeccionó el mar con su catalejo, dispuesto a dar la voz de alarma en cuanto tuviese un buque a la vista.

—¡Una luz!—gritó de pronto Perico todo excitado.

—¿Qué será?

—Un barco —cuchicheó Conejo Negro.

—Un barco —repitió, como un eco, Ramón Ratón.

—Aquí de las empresas descabelladas —murmuró Conejo Negro.

—Ojalá demos con algún queso—murmuró Ramón Ratón.

Pollastre no dijo nada, pero pensó mucho en algo que tenia que ver con el trigo.

“EL LOBO” A LA VISTA

La tempestad estaba en todo su furor y Pollastre calado hasta los huesos. Pero tal excitación tenía que ni siquiera reparaba en ello.

Fue acercándose la lucecita y Conejo Negro descubrió que pertenecía al bergantín Lobo, tripulado por el capitán Gil Pato, que llevaba un cargamento de verdura. No pasó mucho tiempo sin que Conejo Negro, siempre con el anteojo asestado, manifestase que el barco estaba en peligro y que se dirigía hacia la costa. El Lobo, que era un barquito pequeño, tenía una tripulación compuesta de un solo hombre: el capitán Gil Pato.

Perico Pollastre sintió, al oírlo, secreta alegría, porque había notado que se le iba encogiendo el ánimo al pensar en eso de la tripulación. Temía que los otros piratas pudiesen adivinarlo y empezó a pasearse arriba y abajo, cacareando sin cesar las proezas descabelladas que se proponía llevar a cabo en cuanto se presentase ocasión.

El bote hacía agua con rapidez, y el capitán Pato había casi perdido toda esperanza de socorro cuando vio la hoguera. Inmediatamente se encaminó hacia la costa y cuando estuvo cerca empezó a parpar fuertemente para dar aviso de que iba a tomar tierra.

MÁS EMPRESAS DESCABELLADAS

Los tres piratas se dirigieron hacia el barco, desnudas las espadas y amartilladas las pistolas.

—jAh del barco! —gritó Conejo Negro para contestar a los parparaveos del capitán.

—¡Vaya una nochecita, capitán! —dijo Perico Pollastre.

—¡Ya lo podéis decir! —contestó el capitán Pato, dispuesto a saltar de la embarcación.

Bonita noche para alguna empresa descabellada —prosiguió Conejo Negro, apuntando fieramente con su pistola al capitán, a boca de jarro.

—¡Arriba esas alas! Date, que somos más.

El pobre Gil Pato comprendió al momento que había caído en manos de unos piratas y que no podía esperar cuartel. Peleó como un valiente, pero se dio cuenta de que era inútil luchar y de que no podría resistirse contra tres bandidos bien armados y resueltos a todo; y así ocurrió. Pronto fue dominado, y los piratas se apoderaron del cargamento.

Le ataron fuertemente con maromas y lo condujeron hacia la cueva, prisionero.

GIL PATO PRISIONERO

Cuando llegaron a la cueva, entraron en ella los piratas, después de amarrar fuera, con toda precaución para tenerlo seguro, a Gil Pato. Se dieron luego un espléndido banquete, gracias al botín, e hicieron larga sobremesa. Casi habían olvidado por completo a Gil Pato, y se pusieron todos muy alegres, blasonando cada cual a grandes voces de la parte que había tomado en la refriega.

Conejo Negro se sentía especialmente dichoso, porque todo el cargamento era de verdura, y si él tenía alguna debilidad era por la verdura. Ramón Ratón no se mostraba tan satisfecho.

—Ojalá hubiera sido queso— decía.

—Ojalá hubiera sido trigo— coreaba Perico Pollastre

Conejo Negro, con una risita ahogada, los consoló diciéndoles que el Buena Pitanza, un buque cargado de toda clase de provisiones, había zarpado de un puerto del extranjero y muy pronto tenía que pasar por aquellos lugares.

Se pusieron a combinar un plan de ataque. Repararían el averiado bote del capitán Pato y se harían a la mar para salir al encuentro del Buena Pitanza.

Como habían engullido a qué quieres, boca, se echaron a descansar y, ya dormidos, Perico murmuraba: pirata de nacimiento…; Conejo Negro: bonita noche para alguna empresa descabellada…, y Ramón Ratón: ojalá hubiera sido queso.

Tan alto habían hablado, que el capitán Pato pudo enterarse perfectamente de sus planes. Resolvió escaparse a toda costa, y después de frenéticos esfuerzos consiguió verse libre.

GIL PATO SE ESCAPA

La tempestad había pasado, y en aquel momento salía la luna de una negra nube. Fue una suerte para el capitán Pato, porque los piratas le habían arrastrado a cierta distancia de la costa, por un terreno rocoso. En cuanto se vio libre, sus primeros pensamientos fueron para el Buena Pintaza: ¿cómo podría salvarle de lo que contra él habían tramado aquellos piratas? Se sentía torpe y dolorido en extremo, porque le habían tenido mucho tiempo atado, y estuvo un rato sin moverse, temeroso de despertar a los bandidos, y desesperanzado de alcanzar al Buena Pintanza.

Comprendió que no tenía tiempo que perder, y haciendo el menor ruido posible se encaminó al lugar de la playa donde habían dejado el bote. Pronto echó de ver, sin embargo , que con lo averiado que había salido de la tempestad estaba inservible. Mientras calculaba lo que podría hacer, divisó, muy lejos aún, las luces de un barco. —No puede ser más que Buena Pintaza— pensó para sus adentros—, y es necesario dar inmediatamente aviso al capitán.

Sabía nadar como un pato, y lanzándose atrevido al mar se dirigió hacia el navío.

EL BUENA PINTAZA

El Buena Pintaza, navío de alto bordo, cargado de toda clase de provisiones, había capeado sin riesgo el temporal. A diferencia del bergantín Lobo, llevaba una verdadera y numerosa tripulación. Era su capitán Blas Conejero, el más valeroso conejo que jamás surcó los mares. Se hallaba sobre cubierta mirando con su catalejo, cuando advirtió, a gran distancia, una manchita roja. Al principio no podía determinar qué fuese aquello, pero, como se iba acercando, pronto descubrió que era el gorro de Gil Pato, el cual, nadando, se acercaba al navío con toda celeridad. En seguida pensó que el barco del capitán habría naufragado a causa de la tormenta .

—¡Pato al agua!— gritó a sus hombres.

El Buena Pintaza viró dirigiéndose hacia el que nadaba, y el bravo capitán Pato se vio muy presto seguro a bordo. Había estado nadando mucho tiempo, y el pobre Gil se encontraba sin fuerzas. Pronto se reanimó, sin embargo, y dijo cuanto tenía que decir.

El capitán Blas Conejero dio las gracias a Gil por su oportuno aviso, y al instante llamó a todo el mundo sobre cubierta para dirigirse inmediatamente en busca de los piratas.

LA BANDERA PIRATA

Al apuntar el día, el canto de Perico Pollastre despertó a Conejo Negro y a Ramón Ratón. Con gran desaliento se encontraron sin su prisionero; por ninguna parte se le veía. Después de registrar cuidadosamente las rocas y escolleras próximas a la cueva, los piratas tuvieron que convenir en que Gil Pato se les había escapado sin duda alguna.

—¡Ojalá no se haya llevado el barco!— dijo Conejo Negro.

Cuando se hallaban en lo alto de la escollera, mirando al mar, Ramón Ratón exclamó súbitamente:

—¡Una vela! ¡Una vela!

—¡El Buena Pintazal— gritó Conejo Negro, atisbando también una vela, a lo lejos.

Fueron apresuradamente al lugar en que habían dejado la embarcación del capitán Pato, y sintieron extraordinaria alegría al ver que no se la había llevado. La repararon pronto e izaron en ella la bandera pirata.

—¡Todos a bordo!— gritó Conejo Negro—; y ahora, ¡Vengan empresas descabelladas!

Perico Pollastre, aunque pirata de nacimiento, no había estado nunca en el mar; en cuanto oyó la orden, el ánimo empezó a flaquearle. Buscó a duras penas una excusa para quedarse en tierra.

—Quizá sería mejor que yo me quedase a tener cuidado de la cueva—aventuró.

—¡De ningún modo!— dijo Conejo Negro.—Necesitamos la ayuda de todos para las descabelladas proezas que vamos a hacer.

Perico, viendo que no había ya remisión, muy despacio y a regañadientes entró en la barca.

EN ALTA MAR

La brisa era fuerte y pronto estuvieron mar adentro los piratas.

—¿No os parece demasiado atrevimiento este de salir con un bote tan frágil— preguntó en tono triste Perico.

—Pues esto no es nada para lo que ha de venir— le dijo Ramón Ratón, sonriéndose, porque había echado ya de ver que Perico no estaba acostumbrado al mar.

No replicó Pollastre, y allí se estuvo sin abrir el pico durante mucho tiempo. Empezaba a sentirse bastante indispuesto y la reluciente cresta roja empezaba a ponérsele de un color sonrosado.

Conejo Negro iba murmurando: —Ahora vengan empresas descabelladas.

Ramón Ratón, que afilaba su espadón formidable, murmura quién sabe qué acerca del queso.

—¿Cómo estás tan alegre, Perico?— interpeló Conejo Negro, riéndose.

—¡Ay! Estaba pensando en la magnífica recolección de trigo que tendremos en cuanto hayamos capturado el Buena Pintaza— contestó Perico, haciendo de tripas corazón.

—¿Llevas siempre la pistola boca arriba cuando sales al mar, Perico?—dijo Ramón Ratón, que no podía ya contener la risa.

—¡Vaya un pirata de nacimiento!— añadió Conejo Negro, riéndose también.

¡AH DEL TRIGO!

El barco pirata estaba ya cerca del Buena Pitanza. Ramón Ratón dio un brinco, blandiendo su tremebunda espada.

—¡Ah del queso!—gritó.

Los dos piratas trataron inútilmente de despabilar a Perico, el cual se sentía tan malo que no se daba cuenta de nada.

—¡Ven aquí, tú, pirata de nacimiento,— gritó Conejo Negro—; levántate, saca tu espada, carga tu pistola!

Como ninguna de estas cosas diera resultado, a Ramón Ratón se le ocurrió de repente una idea:—¡Ah del trigo!— gritó al oído de Pollastre.

A etas palabras Perico se puso en pie, tambaleándose, y aseguró que no hacía más que fingir para engañar al enemigo.

—¡Eso es! ¡Ah del trigo!— gritó en voz muy débil, y volvió a dejarse caer dentro del bote.

— ¡Vaya un pirata de nacimiento!—dijo Ramón Ratón, sonriéndose.

HOMBRE AL AGUA

Perico advirtió entonces que los piratas se estaban burlando de él. Aunque se sentía aún muy enfermo y estaba pasando un gran susto, se empeñó una vez más en tenerse en pie. Vio que no había medio de volver la espalda, y con un valor hijo de la desesperación lanzó un fuerte canto de desafío. Los del Buena Pintaza le contestaron con vigorosas aclamaciones.

¡Pum! La batalla había comenzado. El Buena Pintanza abría el fuego contra los piratas. A los primeros estampidos del combate todo el valor de Perico desmayó nuevamente. Se agitaba lleno de temor, y, al chocar con la borda, se le disparó por casualidad la pistola. Aquello era demasiado para Perico. Dio un brinco aterrorizado, y perdiendo pie, ¡chás!, cayó del barco al agua. Le izaron con harta dificultad.

—¡Vaya un pirata de nacimiento!— exclamaron Conejo Negro y Ramón Ratón, contemplando a Perico Pollastre, húmeda masa de plumas que se estremecía, llena de espanto, en el fondo del bote.

LA BATALLA

Las dos embarcaciones, entre tanto, habían llegado a estar una junto a otra. Pronto los piratas, a excepción de Perico, que seguía tendido en el fondo de su barco, entraron al abordaje en el Buena Pitanza. El combate que se empeñó fue desesperado.

La tripulación del Buena Pintaza, aunque numerosa, era pequeña, porque estaba formada principalmente por ratoncitos. Llevaban los piratas la mejor parte en la lucha, y la tenían ya casi ganada, cuando el capitán Conejero se afrontó con Conejo Negro. En aquel desesperado combate singular, Conejo Negro salió herido.

Ramón peleaba como un diablo y su enorme espada infundía terror en los corazones de sus enemigos. —¡Ah del queso!— gritaba Ramón,

descargando cintarazos a diestro

y siniestro.

Al ver que Conejo Negro estaba herido, corrió a darle socorro, y al hacerlo tropezó con su enorme espadón y cayó al suelo. Como le habían ganado ventaja, pronto fue vencido por la fuerza del número.

EL FIN