(ENSAYO ASTRONÓMICO-POLÍTICO.)

Nihil novum sub sole…

Esto es una verdad, al menos para mí, y hoy sobre todo.

¡Nada… Nada hay nuevo bajo el sol!…

Créolo á puño cerrado por dos razones: primera, porque la noticia está en latín (y sabido es que, así en sermones como en discursos académicos, no hay argumento más convincente que un texto de los Santos Padres ó de los filósofos de la antigüedad, máxime si el latín es tan enrevesado que nadie lo comprenda); y segunda, porque hoy quisiera regalar á mis lectores algunas noticias frescas sobre artes, literatura, tauromaquia, prestidigitación ó pirotécnia, y nada nuevo ocurre en tales ramos.

Pero consolémonos de la certeza del dicho que encabeza estos renglones con la certeza de este otro que yo acabo de inventar:

Aliquid novum super solem.—¡Sobre el sol, hay algo nuevo![4]

Este algo es un cometa.

¿Qué nos trae el recienvenido? ¿Cuál es su historia? ¿Qué se propone hacer en las elevadas regiones por donde arrastra su luminoso apéndice?

He aquí lo que me propongo investigar de la mejor manera posible.

Empezaré declarando, con permiso del señor fiscal de imprenta, que á nada mejor puede compararse la numerosa serie de cometas conocidos, que á la serie no menos numerosa de Ministerios del reinado de Doña Isabel II.

Reflexionemos.

Los cometas aparecen cuando menos se los espera: su marcha es tal, que nadie sabe á punto fijo á dónde van ni de dónde vienen: hasta hace muy poco tiempo, se ha dudado si describían ó no una órbita parecida á la de los demás astros, y no ha faltado tampoco quien los considere simples meteoros ó meteoros simples de nuestra atmósfera, sin importancia ni influencia alguna. Pero, como todo se sabe al fín en este pícaro mundo, la ciencia ha demostrado ya de una manera palmaria que toda la originalidad de los cometas consiste en que, describiendo curvas de idéntica naturaleza á la de todos los planetas inofensivos, tienden, con una fuerza todavía incalculable, á prolongar todo lo posible la duración de sus revoluciones…

El catálogo de los cometas conocidos comprende ya más de doscientos.—No habrá habido menos Ministros en España desde 1833.—Parécense también á los Ministros en que, cuando antiguamente aparecía ó desaparecía un cometa nuevo, había en el mundo grande agitación y zozobra, ni más ni menos que si se tratara de un Alvaro de Luna, de un Marqués de Villena, de un Duque de Lerma, de un Rodrigo Calderón ó de un Príncipe de la Paz, mientras que ahora nos hemos acostumbrado tanto á verlos entrar y salir, y los conocemos tan perfectamente, gracias á los telescopios que nos trajo la civilización, que ya no reparamos en su presencia, ni sabemos muchas veces su nombre, ni creemos que puedan influir sobre nuestro globo sub-lunar.—Verdad es que en estos últimos tiempos han menudeado de una manera lamentable… ¡Sólo por los años de 46 y 47 hubo hasta ocho en doce meses…, lo cual aconteció también en punto á crisis ministeriales españolas!…

Mucho pudiera extenderme en este paralelo inocentísimo entre cometas y Ministe rios; pero me parece más oportuno elevarme á otras consideraciones, no sin hacer notar que los cometas, por inflexible ley de su marcha, son los cuerpos que más se aproximan al sol, y que, cuando están en su perihelio, desaparecen de pronto ante el rey de los astros, no se sabe si derretidos ó absorbidos por él…

Sabido es que hay cometas barbatos, caudatos y crinitos, según que su apéndice afecta la forma de unas barbas, de una cola ó de una melena, y que la cola llega á tener á veces tal extensión, que ocupa la mitad del horizonte sensible. El famoso de 1689 traía el rabo medio enroscado en forma de sable ó de cimitarra turca, geroglífico que asustó á los más valientes; pero al cabo se vió que todo era ilusión óptica, lo cual me recuerda á ciertos tiranos de teatro casero, que hoy beben el agua de extranjeros ríos. El escrupuloso observador Babinet asegura que la materia de que se componen tan tremebundas colas es cien veces más sutil que el aire atmosférico, y que, por tanto, aunque en su desatentada carrera alcanzara la cola de un cometa á nuestro globo, sólo produciría un malestar tan ligero como el ocasionado por el último manifiesto del Duque de la Victoria.

Bueno será advertir que hay cometas perió dicos, como hay periódicos que sólo pudieran servir para hacer cometas. Llámanse cometas-periódicos los que reaparecen después de un determinado número de años. Uno de ellos es el de Carlos V, que tanto dió que pensar á aquel célebre emperador, y que hasta se dice lo indujo á dejar el cetro por el rosario. Su vuelta estaba anunciada para estos tiempos, y muchos imaginaron al principio que era el mismo que hoy luce en nuestro horizonte… Pero yo creo que España no ha vuelto todavía á merecer visitas tan importantes.

Como quiera que sea, el viajero que nos ocupa no habrá venido á humo de pajas… ¡Algo nos anuncia ó aconseja! ¡Algo nos promete, ó con algo nos conmina!

¿Vendrá á predecirnos una guerra con el Riff?—¡Quiéralo Dios!—En tal caso, transigiría yo con él, no en odio á los Moros, sino porque creo que no debemos tenerlos tan olvidados…

¿Nos presagiará una guerra con Méjico?—¡Ojalá también!—La lucha entre hermanos es preferible á la indiferencia.—La guerra puede acabar en reconciliación. La indiferencia termina siempre en desprecio y olvido.

¡Ello dirá!…—Tentémonos la ropa por si acaso.

Ut nunquam cœlo spectatam impune cometam.

¡Oh! sí… ¡Mucho ojo!

¡Y, entre tanto, no irritemos al cielo con abominaciones!

¡Traduzcamos del francés lo puramente preciso, y procurando que sea bueno!

¡Legalidad en las elecciones!

¡Nada de zarzuelas!

¡Protección á las artes y á la literatura!…—¡Esto último sobre todo!

Si tal hacéis, el cometa no se meterá con el globo terráqueo, é irá á descargar sus iras contra cualquier otro mundo más inmoral que el nuestro.