Un hombre que había cargado a un burro con una imagen lo llevaba a la ciudad. La gente con que se encontraba se arrodillaba a adorar la imagen y el burro interpretó que lo adoraban a él, por lo que rebuznaba orgulloso y ya no quería seguir adelante. Y el arriero, dándose cuenta de lo que ocurría, mientras le pegaba con la vara, le dijo: «¡Qué mala cabeza, solo faltaba que los hombres se arrodillasen a adorar a un burro!».
La fábula muestra que los que se ufanan con los bienes ajenos se exponen a la risa de los que los conocen.