(Cuento representable)

ESCENA PRIMERA

(Gabinete bien amueblado, con diván, marquesitas, etc. Al fondo, la puerta del dormitorio. A la izquierda del actor, otra puerta. A la derecha, una ventana. Es de noche.)

Casta.—(En traje de calle y asomando la cabeza por la puerta de la izquierda, que estará entornada). ¡Granuja, granuja!… ¡Poca vergüenza!… (Pausa, como si alguien contestase á sus palabras desde dentro.) ¿Qué dices? (Pausa.) ¡Me tiene sin cuidado! (Gritando furiosa.) Puedes venir cuando gustes, ó no venir… me es indiferente. Si quieres, pasa la noche donde pasaste la de ayer, y la otra… ¡y la otra!… (Cerrando la puerta, como temiendo que su amenaza llegue á oídos del esposo, que se va.) Pero no te admires, si, en llegando la ocasión… hago lo que tenga por conveniente. Eso es, ni más ni menos: lo que me dé la gana, mi real gana; aquello que ordene mi gusto… (se quita el sombrero y va y vuelve por el escenario, dando señales de agitación y despecho vivisimos.) ¡Linda conducta la de mi esposo!… Está cincuenta y tantas horas sin venir por aquí, metido… ¡sabe Dios dónde!… Y hoy reaparece, después de almorzar, con las manos y los dientes muy limpios y su cara de Pascua, repitiéndome la viejísima historia del amigo que, saliendo del teatro, enfermó repentinamente, y á quien fué necesario subir á un coche, llevarle á su casa, meterle entre colchas, darle tisanas… etcétera. Yo fingí dar crédito á todo aquel hilvanamiento de burdas mentiras, y repuse:—Bueno, ¿quieres llevarme esta noche al teatro?—¿Por qué no?—dijo. Mi señor marido es un caballero que no tiene palabra mala ni hecho bueno. Como le conozco, insistí.—Conque, ¿me llevarás?—Sí, mujer.—¿De verdad?—De verdad.—¿No vendrás á última hora con alguna de las tuyas?… ¡Cómo se puso el muy hipócrita! ¡Qué protestas, qué extremos de cariño!… Era preciso creerle. Total: me dejó convencida y se marchó. ¡Es que las mujeres nacimos tontas!… (Pausa.) Por eso, mucho antes de cenar ya estaba yo vestida. Y dan las siete de la tarde, y las ocho… ¡y Mariano sin venir! (Pausa.) Cené sola, con el alma dada á todos los diablos, comprendiendo que, al fin, me quedaría compuesta y en casa. ¡Así fué!… A los postres reapareció mi señor; volvía para buscar dinero y decirme que tenía un asunto urgente… un negocio de minas… ¡No quiero recordarlo! (Furiosa.) ¡Pillo, granujón!… ¡Si supiera que otros adoran lo que él desprecia!… Su amigo Ricardo, por ejemplo, me corteja desde que empezó el verano: ¡y es tan dulce, tan insinuante, tan delicado… tan guapo!… (Suena un timbre.) ¡Cómo! ¿Gente á estas horas? (Pausa.) ¿Quién será?…

 

ESCENA II

Casta, luego Susana

Susana.—(Desde fuera.) ¿Se puede?

Casta.—Adelante.

S.—¿Cómo?… ¿Estás sola?

C.—Sí.

S.—¡Yo que no me atrevía á entrar, temiendo hallarte!…

C.—¿Dónde?

S.—En brazos del esposo.

C.—No me hables de Mariano.

S.—¿Está en casa?

C.—No.

S.—¡Me alegro! ¿Cuándo vendrá?

C.—Ni el diablo lo sabe. Mañana… pasado… ¡Ni me importa!…

S.—Mejor. Entonces…

C.—¿Qué?

S.—Vente conmigo.

C.—¡Chiquilla!

S.—Vente.

C.—¿Dónde?

S.—A la Bombilla.

C.—¡A la Bombilla! (Horrorizada.)

S.—Sí.

C.—¿Solas?

S.—¡Quiá!

C.—¿Con quién?

S.—Con mi amigo; ya le conoces… Federico…

C.—¿Estás loca?

S.—Sí, loca; loca y borracha, ¡pero no de vino, sino de alegría, de ilusión, de juventud!…

C.—¿Y tu marido?

S.—En Puente-Viesco, desde ayer, curándose el reúma. Vamos, ¿qué piensas?… Federico aguarda en la esquina.

C.—Imposible, no voy.

S.—¿Por qué? ¿Quién iba á enterarse?

C.—(Pensativa y dudosa.) Nadie…

S.—Entonces….

O.—Dudo, tengo miedo.

S.—¿A quién?

C.—No sé.

S.—¿No estás vestida?

C.—Sí.

S.—Pues, necia… sígueme. ¿A qué esperas?

C.—Sin embargo…

S.—¿Qué?

C.—¡Bonito papel representaría yo en vuestro dúo de amor!

S.—¡Psch!… Regular… (Ríe.)

C.—Si yo tuviese…

S.—¿Un amigo?

C.—Eso es…

S.—¡Naturalmente; un amigo! ¡Lo que tantas veces te aconsejé que debes procurarte!… Porque, mira: con los hombres debe hacerse lo que con los trajes: hay uno nuevo, para salir de día, ir al teatro, exhibirse en público… este es el marido. El amante es el traje modesto conque salimos de noche, por calles solitarias… ó al campo, para tendernos libremente sobre la hierba..!

C.—(pensativa.) ¡Si Ricardito supiera!…

S.—(con gran interés.) Oye, á propósito: ¿qué hay de eso?

C.—Nada nuevo.

S.—¿Te escribe?

C.—Todos los días… y me sigue… y no me deja á sol ni á sombra.

S.-¿Y tú?

C.—Desdeñándole.

S.—¿Y tu marido?

C.—Como los maridos de Bocaccio: en la higuera.

S.—¡Pobre Ricardo!

C.—Si leyeses su última carta…

S.—(Con alegría.) ¡A ver, á ver!…

C.—(Sacando un papel del seno.) Lee; me llama su cielo…

S.—(leyendo, pero sin coger la carta.) Y… su vida… Y te pide una cita…

C.—Sí.

S.—¡Pobrecillo!

C.—Mira, cómo se despide: «Te beso en los labios…»

S.—(Leyendo.) «En la nuca…»

C.—(Leyendo.) «Donde tú quieras..»

S.—¡Excelente muchacho!

C.—¿Te parece?

S.—Yo le protegeré.

Pausa. Las dos interlocutores meditan.

S.—Conque, ¿vienes?

C.—No me atrevo.

S.—Cobarde.

C.—No, no soy cobarde… pero, reconoce que la caída de las mujeres depende, más que del deseo…

S.—Sí, de la ocasión.

C.—Tú lo digiste.

S.—Del cuarto de hora…

C.—Y esa ocasión, ese cuarto de hora, faltan… faltando Ricardo.

S.—(Resignándose.) Bien; entonces, adiós, no quiero perder más tiempo.

C.—(Besándola.) Adiós, que seas muy feliz.

S.—Lo seré; no lo dudes.

C.—Yo en cambio…

S.—Encerrada y sola… y condenada á marido perpetuo. Adiós, feísima, adiós… (Váse: Casta la acompaña. La escena queda un instante sola.)

 

ESCENA III

Casta

(Cerrando la puerta con llave.)

Cuando la ocasión no llega todo falta. Mi esposo me abandona, mi amiga se marcha también tras su alegría… ¡Bueno va!… Me acostaré; ¿qué remedio? (Empieza á desnudarse poco á poco y hasta donde las buenas costumbres consientan.) Hace calor, el ambiente perfumado de este gabinete es asfixiante… asfixiante como un abrazo muy estrecho. ¡Uf, me ahogo!… Todo me habla de amor: el silencio… los muebles… el lecho mullido donde dormiré sola… Abriré la ventana (Pausa.) ¡Oh, qué noche tan hermosa! ¡Cuánta paz en la tierra! En los cielos… ¡cuánta electricidad y cuánta luz!… Desfallezco; algo misterioso me besa sobre los labios. (Asomándose á la ventana.) ¿Qué es eso?… Una orquesta ambulante; ¡sólo faltaba la música para concluir de trastornarme!… (Dentro algunos violines ejecutan un vals.) ¡Ah, ese vals!… (En éxtasis.) Lo he bailado tantas veces siendo soltera, cuando era inocente… cuando soñaba… Me veo girando por los salones, la cabeza caída hacia atrás y sintiendo sobre los riñones la presión de un brazo enamorado… ¡Oh, aquellos tiempos! (Continúa desnudándose.) La música, llamando á mis recuerdos, trastorna mi espíritu; el calor muerde mis nervios y mi carne. ¡Amado!… ¿Dónde está?… ¡Estas noches húmedas de Septiembre roban al cielo tantas vírgenes!… (Pausa.) Hace pocos momentos decía que faltaba la ocasión y, no obstante, el cuarto de hora de los supremos vencimientos, está aquí; la hora azul del pecado, es ésta. (Pausa. Cesa la música. Luego suena un timbre; llaman á la puerta. Casta despertando de su embelesamiento.) ¿Quién va? ¿Quién es?…

Voz.—(Desde fuera.) Abra usted, señora.

C.—(Aterrada.) ¡Voy!… (Aparte.) ¿Qué es esto?… ¡Voy!… (Siempre aparte.) ¿Qué pasa por mí?… ¡Voy, voy!…

(Se viste apresuradamente una bata y abre.)

 

ESCENA IV

Casta y su Doncella

Doncella.—El señorito Ricardo… está ahí.

Casta.—¡Ricardo! (Retrocede asustada.)

D.—Sí.

C.—¿Cómo?

D.—Quiere hablar con usted.

C.—¡A estas horas!

D.—Los hombres enamorados son terribles, está loco por usted… y como yo le dije que el señor no vendría hasta mañana… (Ríe mirando al público.)

C.—¡Ah, está bien!… Te vendiste al ladrón…

D.—(Humilde.) Señora…

C.—Desde este momento quedas despedida.

D.—(Sonriendo.) Creo que la señora cambiará de opinión hablando con el señorito Ricardo.

C.—¡Miserable! (Exaltándose.)

D.—Lo dije sin intención… (Humilde y burlona.)

C.—(Cayendo desfallecida sobre el diván.) ¡Todo se conjura contra mí!… El desprecio de mi marido, los consejos de Susana… mi desnudez… la música, el calor húmedo de esta noche diabólica…

D.—El señorito Ricardo espera.

C.—¡Ay de mí!… ¿Qué me sucede?… ¿Qué siento?

D.—¿Qué le digo?

C.—El destino le trae y yo no puedo luchar contra lo invencible.

D.—¿Señora?

C.—Aguarda. (Pausa.)

D.—Es que…

C.—¡Un momento!… (Suplicante.)

D.—(Mirando hacia la puerta.) ¿El señorito Ricardo…?

C.—Espera…

D.—¿Qué le digo? (Apremiante.)

(Pausa.)

C.—(Como desvanecida.) Me muero…

D.—¿Qué le digo?

(Pausa.)

C.—(Suspirando.) Que pase…

Telón