Un caminante que ya llevaba un largo trecho, rendido por la fa ga, se echó a dormir tumbado junto a un pozo. Estaba ya casi a punto de caerse y la Fortuna se le apareció, lo despertó y le dijo: «¡Eh tú!, si te hubieras caído no culparías a tu propia insensatez, sino a mí».
Así, muchos hombres, cuando son desafortunados por sí mismos, culpan a los dioses.