Un burro que pastaba en un prado, cuando vio que un lobo se precipitaba contra él, fingió estar cojo. Acercándosele el lobo le preguntó por qué cojeaba; él le dijo que al atravesar un seto había pisado una espina, y le pidió que primero le quitase la espina y luego lo devorase, para que no se le clavase al comer. Cuando el lobo le hizo caso y le levantó la pata, prestando toda su atención al casco, el burro de una coz a la boca le saltó los dientes. Y el lobo, maltrecho, dijo: «Es justo lo que me pasa, pues ¿por qué, si mi padre me enseñó el oficio de carnicero, yo mismo he cogido el de médico?».
Así también, los hombres que se dedican a cosas que en nada les convienen es natural que resulten desdichados.